EFECTOS DE LA MÚSICA EN EL CEREBRO
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Los niños en riesgo de autismo podrían beneficiarse del entrenamiento motriz, sugiere un estudio
Investigadores del Instituto Kennedy Krieger y de la Universidad de Vanderbilt, en Estados Unidos, han descubierto que las primeras experiencias motoras pueden definir las preferencias de los bebés por objetos y rostros. En su estudio, los especialistas constataron que los lactantes que manipularon manoplas con velcro, o “guantes pegajosos”, y juguetes vieron incrementado posteriormente su interés por las caras. El hallazgo sugiere que estos ejercicios propiciarían un desarrollo social avanzado, del que podrían beneficiarse niños en riesgo de autismo. Por Maricar García.
Un estudio del Instituto Kennedy Krieger y de la Universidad de Vanderbilt, recogido en un comunicado de dicha universidad, señala que el desarrollo motor temprano de los bebés contribuye a la comprensión del mundo social que les rodea.
En sentido contrario, este hecho implica que cuando las habilidades motoras se retrasan, como ocurre en los casos de autismo, el futuro de las interacciones sociales y el desarrollo de los pequeños pueden verse afectados negativamente.
Cuerpo y mente relacionados
“Nuestros resultados nos han mostrado una nueva vía de profundización en el estudio tanto de bebés sanos como de bebés en situaciones atípicas”, afirma Klaus Libertus, autor principal del estudio y científico investigador del Centro de Autismo y Trastornos Relacionados del Instituto Kennedy Krieger.
“La mente no es en absoluto independiente del cuerpo, especialmente durante el desarrollo. A medida que avanzan las habilidades motoras, otras destrezas también se potencian, lo que indica que existen fuertes conexiones entre campos aparentemente no relacionados. Tales conexiones tienen implicaciones interesantes, lo que sugiere que podría trabajarse la habilidad motora para fomentar del desarrollo social”, añade Libertus.
Investigaciones previas ya habían señalado que los niños diagnosticados con trastornos de tipo autista muestran menos interés en las caras y en la orientación social. Aunque este estudio se ha realizado en niños con desarrollo normal, de él puede concluirse que los bebés que están en riesgo de autismo o muestran signos de desarrollo social anormal podrían beneficiarse de la formación y el entrenamiento motriz desde los tres meses de edad.
“Esto significa que el desarrollo motor temprano es muy importante y se debería alentar a este tipo de experiencias y a la exploración activa de los hijos”, explica Libertus: “Fomentar el desarrollo motor no tiene por qué ser complejo o requerir guantes de juguete pegajosos, como en el estudio. Cualquier interacción o juego que anime al niño a desarrollar habilidades motrices resultará importante”.
El experimento
En el estudio, los investigadores dividieron a 36 niños, de unos tres meses de edad y un desarrollo normal, en dos grupos. Unos fueron sometidos a experiencias motoras activas, mientras que los niños del otro grupo recibieron experiencias pasivas.
Los bebés del grupo activo recibieron guantes fijados con tiras de velcro, los anteriormente mencionados guantes pegajosos. Los investigadores realizaron diferentes observaciones a los niños de este grupo, que utilizaron dichos guantes diez minutos al día durante dos semanas.
Mientras usaban la manopla, los bebés podían coger fácilmente – con un simple golpe o manotazo – unos juguetes también cubiertos de velcro, lo que daba a entender que el niño había agarrado con éxito el juguete. Primero, los padres les hacían una pequeña demostración a los bebés, pegando el juguete al guante; al retirar el juguete del guante, se le animaba al pequeño a alcanzar y coger el juguete por su cuenta.
En el grupo de los pasivos, los bebés fueron equipados con guantes y juguetes similares estéticamente, pero sin velcro. Estos niños también jugaron diez minutos al día durante dos semanas, pero sólo fueron observadores pasivos, ya que eran los padres los que estimulaban al niño moviendo el juguete y tocando el interior de la palma de la mano del pequeño.
Resultados de la investigación
Después de dos semanas de entrenamiento diario, los investigadores registraron los movimientos de los ojos de los niños, mientras estos observaban imágenes de rostros y juguetes en una pantalla de ordenador
Tras esta fase, se analizaron los resultados de todos los niños, y se compararon los obtenidos en los grupos activos y pasivos de bebés. Asimismo, en los análisis también se incluyeron datos de otros dos grupos de bebés que no habían participado en el experimento, uno de niños de tres meses de edad y otro de bebés de más de cinco meses. Los investigadores descubrieron de esta forma lo siguiente:
• El grupo activo mostró más interés por las caras que por los objetos. Por el contrario, los bebés del grupo de actividad pasiva no mostraron ninguna preferencia.
• Los bebés del grupo activo se centraron primero en las caras, lo que sugiere el fortalecimiento de cierta preferencia por los rostros.
• En comparación con los grupos de control no entrenados, las preferencias sociales de los niños de tres meses de edad que habían experimentado la formación activa fueron similares a las de los no entrenados de cinco meses de edad, lo que indica un desarrollo avanzado después de la formación.
• Por último, las diferencias individuales en la actividad motriz – observadas entre todos los niños de tres meses de edad – predijeron la orientación espontánea a las caras. A pesar de las diferentes experiencias de formación, cuantos más intentos realizaban los pequeños, más fuerte era su interés en mirar los rostros, por lo tanto, se puede decir que las experiencias motoras impulsaron el desarrollo social de los pequeños.
Nueva dirección
“El resultado más sorprendente de nuestro estudio es que vemos una conexión clara entre las experiencias motoras tempranas y la aparición de atracción por las caras”, ha explicado el autor del estudio.
Una pregunta clave que los investigadores esperan responder a continuación es si estos cambios iniciales se traducen en beneficios futuros para estos niños.”Nuestros resultados indican una nueva dirección para la investigación en el desarrollo social de los pequeños”, señala Libertus. El profesor y sus colaboradores seguirán observando a estos niños, para ver si los beneficios del desarrollo social alcanzado en el estudio se mantienen dentro de un año.
Cabe recordar que el Instituto Kennedy Krieger, con sede en Baltimore y que atiende a más de 16.000 personas al año, es reconocido internacionalmente por sus estudios para mejorar la vida de los niños y adolescentes con trastornos y lesiones del cerebro y la médula espinal.
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Investigadores de la Universidad de Pennsylvania han proporcionado la primera prueba neurobiológica de cómo los recuerdos formados en un mismo contexto se vinculan entre sí. La investigación, publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences USA, establece la base de la teoría de la memoria episódica.
Para investigar esta teoría, los sujetos memorizaron y recordaron una lista de palabras sin relación, y los resultados se relacionaron con datos precisos de la actividad cerebral obtenidos mediante una técnica de neurocirugía.
Después de ver el listado de palabras, los participantes en el estudio fueron distraídos haciendo problemas aritméticos simples, y a continuación se les pidió que recordaran tantas palabras como pudiesen, en cualquier orden.
Al examinar los patrones de actividad cerebral registrada se pudo medir cuando la actividad del cerebro era similar a la de un patrón previamente registrado. Cuando un paciente recordaba una palabra, su actividad cerebral era similar a cuando había estudiado esa misma palabra.
Además, cuando los pacientes recordaban una palabra, recuperaban no únicamente los pensamientos relacionados con la palabra en sí, sino también los restos de los pensamientos asociados con otras palabras que habían aprendido próximas en el tiempo. Revista de Neurología
Si tratáramos de definir la función del cerebro en forma sintética podríamos decir que es la de recibir, procesar, almacenar y enviar información al medio ambiente. Es decir, concebido como órgano mental, el cerebro percibe, memoriza, decide y actúa por medio de la conducta. Unas preguntas básicas serían: ¿cómo están codificados y dónde están los recuerdos?, ¿de qué manera se organiza la conducta en el cerebro? Debe existir una huella, alguna forma en la que la experiencia deje su marca en el tejido nervioso. A esa huella se le ha llamado engrama, pero aun hay muchas preguntas por responder acerca de cómo funcionan esas huellas.
Con el aprendizaje aumenta en el cerebro la síntesis de proteínas; se activan y con ello se favorecen nuevas rutas de comunicación entre ciertas neuronas; se hacen circuitos de retroalimentación. Cientos de experimentos se han realizado para esclarecer esto, pero una de las evidencias recientes de mayor interés ha surgido del estudio de una de las conductas naturales más hermosas y llamativas: el canto de los pájaros.
El canto de un pájaro lleva mucha información a distancia: atrae consortes potenciales, previene a otros machos, ahuyenta a predadores. El canto está constituido en canciones funcionales, es decir, melodías para situaciones conductuales específicas. Algunas son proclamaciones que utilizan para delimitar territorios. Otras son cantos agresivos y otras más son de cortejo. Se han identificado, además, canciones de cuidado paternal, de alarma y de defensa. En los extensos tiempos que dedican algunos pájaros a cantar se mezclan diversos tipos de canciones y, con ello, se logran funciones diversas de comunicación. Sin embargo aún desconocemos el significado de los fraseos completos. Probablemente una misma canción tenga tantos significados cuantos escuchas existan, según su especie, sexo y aun su estado fisiológico.
Además de que los cantos son particulares de la especie, hay también dialectos: tipos de modulación característicos de una región geográfica determinada que difiere de miembros de la misma especie en otras áreas. Más aún, hay individualidad en el canto. En varias especies la canción se compone de una serie de frases comunes a todos los machos y, sin embargo, hay fraseos individuales que permiten reconocer al pájaro que los emite.
En experimentos de aislamiento y producción de híbridos se ha descubierto una característica del canto que es común prácticamente a todos los comportamientos: el hecho de que tenga un componente genético y otro aprendido. A diferencia de los insectos, cuyos cantos casi no se pueden moldear o modificar por el aprendizaje, los pájaros pasan por estadios de maduración durante los cuales la estructura y la tonalidad se refinan de acuerdo con el dialecto y la individualidad de quienes los rodean. Los pájaros aislados desde el nacimiento o los que son sordos producen cantos elementales y, aunque maduran durante el desarrollo, nunca alcanzan la riqueza de expresión de los criados en su ambiente. Esto demuestra que existe un patrón codificado en el sistema nervioso por ciertos genes que llevan la información del canto de padres a hijos, pero que ese patrón debe de ser modificado y enriquecido por la experiencia para que ocurra el producto acabado. Pero, además de la codificación del canto, existe un patrón de reconocimiento. O sea que no sólo hay un mecanismo para emitir el canto, sino que existe otro para reconocerlo. Esto se asemeja mucho a lo propuesto por Noam Chomsky, el conocido lingüista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que formula que hay patrones para el lenguaje humano, el cual tendría un componente genético para la estructura fundamental y otro adquirido durante etapas cruciales de maduración.
Ahora bien, ¿cómo se codifica el canto en el cerebro? Fernando Nottebohm, investigador argentino que trabaja en la Universidad Rockefeller, sorprendió a los científicos del cerebro con un hallazgo sensacional: la evidencia de que un área muy restringida del cerebro de los canarios aumentaba al doble de su tamaño durante la primavera, la época del apareamiento anual y del inicio del canto, para reducirse al final de ella a su talla previa. Esta zona es un núcleo que controla las neuronas motoras de los órganos vocales, en particular la siringe, con la que el ave emite la voz; se trata del núcleo cerebral donde se halla codificado el canto. En experimentos posteriores encontró que la aplicación de testosterona, la hormona masculina producida por el testículo y que aumenta en los machos durante la época del apareamiento, produce un incremento en la talla del núcleo y desencadena el canto en los machos, incluso fuera de la estación. Más aún, las hembras adultas que normalmente no cantan, si se les aplican inyecciones de testosterona desarrollan el mismo cambio que los machos, es decir, expansión del núcleo y producción de canto. Estas evidencias vinieron a echar por tierra la noción de que el cerebro adulto era inmutable, y de que las neuronas, por su extrema especialización, ya no se producían en el animal adulto.
Hoy sabemos que las estimulaciones ambientales reiteradas, actuando sobre el ADN, pueden determinar cambios relativamente estables de la expresión del mismo, y la actualización de la información que allí se genera, propicia la formación de nuevas rutas de comunicación sinápticas entre las neuronas.
Esto nos da una visón mas optimista de las posibilidades que las intervenciones terapéuticas y pedagógicas adecuadas y a tiempo pueden promover en las personas, resignificando lo que alguna vez nos enseño el poeta Antonio Machado, …. “Hoy, es siempre todavía..”
Prof. Neuropsic Silvia Pérez Fonticiella
CONSULTORA EN NEUROCIENCiA COGNITIVA
Clases de literatura y acompañamiento a escritores